En 1988 los cielos chilangos eran del mismo color que los de ahora. Los sonidos de las avenidas ya eran insoportablemente estridentes, los fangosos lechos del lago de Texcoco ya habían sido surcados por el metro y millones de mexicanos se movían diariamente por sus modernas líneas. Incluso el virreinal barrio de Mixcoac, mi pueblo, ya estaba totalmente engullido por las cuadriculadas trazas de la colonia Del Valle y la Nápoles. Sin embargo, después de 36 años ni esta ciudad, ni yo, somos los mismos, los dos hemos cambiado, y al contemplarnos mutuamente a ratos no nos reconocemos...